Psicología filosófica

7 de Septiembre de 2008

            La mejor forma de librarse de los problemas es resolviéndolos. Para ello hace falta madurez de la que todos estamos demasiado sobrados a veces y en otras ocasiones parece que nos falta por todos lados.  La madurez no es una meta a la que hay llegar, sino el fondo que debe servir para integrar todas nuestras experiencias en un equilibrio psicológico cargado de bienestar afectivo y de sentido común, de tal manera que nos permita ser cada vez más libres y aceptarnos como somos valorándonos objetivamente, es decir, aceptando nuestros límites y defectos, incluso nuestras miserias, porque no olvidemos que somos personas de carne y hueso y nunca pseudoideales de una absoluta perfección.

      Pero de igual forma que debemos aceptar nuestra parte menos agraciada, también debemos dejarnos de falsas modestias, de necias humildades y de hipócritas negaciones sobre lo que sabemos hacer bien. Por supuesto que habrá que intentar mejorar nuestra calidad como personas puliendo ese lado oscuro que todos tenemos en el sentido de profundizar en quienes somos y cómo lo somos.

      La meta, en este sentido, sí que está clara: crecer interiormente y desarrollar una autoestima lo suficientemente adecuada para soportar los embistes de la vida sin dejarnos atropellar existencialmente por las frustraciones paralizantes, por sensaciones de fracaso que conviene reflexionar para no perder el norte de la realidad y por el dolor que ciertas experiencias necesariamente nos provocan. No se puede evitar, ni hay que hacerlo, el sufrimiento que ciertas circunstancias nos pueden ocasionar con ocasión de múltiples situaciones del vivir diario.

      Pero no podemos quedarnos en el dolor ni en le autocontemplación de lo víctima que somos y lo mal que nos tratan la vida y los demás. La serenidad, la coherencia interna, la paz mental y el equilibrio no es algo innato en cada de nosotros, sino que más bien es el resultado de un trabajo individual, si bien las circunstancias ambientales juegan un papel fundamental en el proceso. Que nunca se nos olvide que somos lo que hemos querido ser y estamos donde hemos querido estar. La proyección de nuestra libertad no se puede ni se debe negar. Por tanto, somos los únicos responsables de la vida que tenemos y la forma en que la llevamos.

     Tampoco podemos olvidarnos, en tanto que seres sociales, de la responsabilidad que tenemos ante nuestros jóvenes para educarles e inculcarles en aquellos valores que fortalezcan su espíritu. Obviamente, ello obliga moralmente a todas las autoridades civiles a un uso muy medido de todos aquellos medios que puedan afectar al equilibrio personal, especialmente  a través de los sistemas educativos y medios de comunicación social.

      En este sentido no hay ninguna fuerza política que tenga derecho a manipular a la ciudadanía y mucho menos a las familias, que son el núcleo, junto con el colegio, donde se produce la transmisión de valores morales, sociales, emocionales, psicológicos, laborales, de relaciones, etc. que permiten el desarrollo personal de toda persona mentalmente sana y con inquietudes de superación. Por eso es fundamental que no se fomenten esos programas telebasura donde únicamente parece que es importante el morbo, un sexo mal proyectado y la violencia.

     Programas que cuentan verdades a medias, que tienden a confundir a las personas, especialmente a las menos preparadas en todos los sentidos, que siembran la duda innecesaria relativizando todo, que desorientan el recto obrar de las conciencias y  que hacen germinar el escepticismo sobre el ser humano con unas técnicas que tienen que ver más con el lavado de cerebro y entretenimientos de ocio poco recomendables, que con un deseo de informar objetivamente de los valores sociales que todos deberíamos aplicar en nuestra convivencia social.

    El resultado que consiguen es nefasto, pues la confusión que siembran provoca una permisividad en los adultos, que lejos de promover la libertad, favorece el pasotismo de los jóvenes. En resumidas cuentas, que caemos en el riesgo de una crisis ética y un estremecedor vacío de valores que conducen, si la persona no tiene los adecuados resortes psicológicos, a una vida abocada al absurdo y al sinsentido. Las principales consecuencias a medio y largo plazo, según van enraizándose tan lamentables semillas en el interior de las personas, son la insatisfacción interior, el malestar generalizado y la carencia de la felicidad entendida ésta como una manera de sentir diariamente son serenidad nuestra vida.

 

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