Reflexión 1.Sobre la autenticidad (I) |
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17 de Septiembre de 2008 A lo largo de la vida nos encontramos con diferentes situaciones en las que se ponen a prueba nuestros principios, que no son otra cosa que el conjunto de aquellas creencias personales basadas en valores, las cuales nos orientan sobre lo que consideramos que está bien y por las que estamos dispuestos a luchar para encontrar el equilibrio psicológico y emocional que todos necesitamos para sentirnos a gusto con lo que somos y conseguimos. Lo cierto es que nuestra interioridad se compone de toda una gama de paisajes interiores que se entremezclan y nos hacen sentir diferentes estados de ánimo, sentimientos, emociones y pasiones. En realidad, cada cual a su manera intenta ser feliz, pero en muchas ocasiones nos olvidamos de que la felicidad no es una meta, sino una sensación de armonía interna respecto de quienes somos, de cómo actuamos y de cómo nos relacionamos con el mundo externo, es decir, con los otros. Siempre he considerado que ser feliz es sentir paz, tranquilidad y serenidad. Parece sencillo, pero no lo es, porque diariamente tenemos que tomar decisiones, hacer uso de nuestra libertad, implicarnos en ese escenario en el que nos movemos como seres existentes y creadores de nuestra propia forma de vivir. Cuando todo va bien no solemos pararnos a reflexionar para valorar lo afortunados que somos. Es cuando las cosas se tuercen cuando nos sentimos más abatidos, hundidos en el laberinto de las dudas y el escepticismo, nos vemos impotentes para salir de ciertos atolladeros que nos han golpeado en la existencia vivida y no tenemos ganas de nada. Y es precisamente en estos momentos cuando más tenemos que creer en nosotros mismos, para encontrar a través del esfuerzo, la perseverancia y la confianza, unido todo ello a esos principios de los que hablábamos anteriormente, la clave de la solución que nos permita encontrarnos en nuestras decisiones. Pero de nada serviría una simple intencionalidad de salir de las situaciones que nos martillean si no pasamos a la acción, porque todo pensamiento que no se puede aplicar de alguna manera a nuestra vida, bien como conocimiento, bien como conducta, bien como manifestación, o como forma creativa, sirve de poco, porque saber lo que hay que hacer exige simplemente hacerlo. En este sentido, y para no perdernos en ese paso entre aquello que se piensa y la aplicación conductual de lo pensado por medio de la acción, resulta muy interesante intentar mantener una autenticidad que no es otra cosa que la de seguir siendo nosotros mismos tanto cuando pensamos como cuando actuamos. Entre el deber y el hacer ha de situarse el yo. En ocasiones es difícil, pero hay que intentarlo continuamente para superarnos y para evitar que nuestra concepción de nosotros mismos resulte aceptable. Además, si no procuramos ser coherentes en todas las conductas que desarrollamos, aunque sea en un proceso ascendente lento, pero sincero, resultará muy complicado poder confiar en nosotros mismos. No olvidemos que somos lo que hemos elegido ser a través de nuestra libertad. En este sentido, si nos hemos elegido ser personas completamente incoherentes, defensoras del todo vale y de los principios falsos y vacíos, no tengáis la menor duda que acabaremos siendo lo que pensamos y hacemos. Pero si, por el contrario, luchamos por progresar en la calidad humana teniendo como referencia la autenticidad de unos principios supremos que se fundamenten en la honestidad, en la lealtad y en la seriedad, podéis estar seguros que resultará más fácil sentirnos en armonía con el mundo y en nuestra intimidad. |